A veces buscamos sentirnos bien en casa, más cómodos, más a gusto. Cambiamos los muebles, pintamos las paredes, ponemos cuadros. Pero hay algo que lo cambia todo y casi nadie piensa en ello: la luz.
Piensa en los lugares más bonitos del mundo: un atardecer en la playa, un bosque al amanecer, una calle iluminada con farolas antiguas. ¿Qué tienen en común? No son solo bonitos por lo que son, sino por cómo la luz los baña, los acaricia, los transforma.
Ahora, piensa en tu salón, tu dormitorio, tu cocina. ¿Alguna vez te has fijado en cómo te hace sentir la luz que hay ahí?
- ¿Es una luz fría y blanca que parece la de un hospital?
- ¿Es una luz cálida y suave que te invita a relajarte?
- ¿O es una luz pobre, que apenas ilumina y te da sensación de tristeza o cansancio?
La luz afecta a tu estado de ánimo. A veces no estás incómodo por el sofá o por el color de la pared. Estás incómodo porque la luz no acompaña.
La buena noticia es que puedes cambiarlo:
- Poner bombillas de luz cálida donde quieras estar relajado (salón, dormitorio).
- Usar luz directa y potente para trabajar (escritorio, cocina).
- Tener varias fuentes de luz: una lámpara de pie, una de mesa, una tira led detrás de la tele.
- Aprovechar al máximo la luz natural, y no taparla con cortinas pesadas.
Mira tu casa como si fuera un paisaje. ¿Cómo la iluminas? ¿Qué atmósfera quieres crear?
Cuando empiezas a jugar con la luz, de repente tu casa cambia. Y cambia cómo te sientes tú dentro de ella.
